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domingo, 7 de septiembre de 2008

La invitación (parte I)

El portalón de la casona estaba abierto, entró despacio, el corazón había comenzado a palpitarle a mil por hora. El estrecho sendero que se habría, una vez superada la amplia portalada de arco, estaba bordeado de setos bien recortados, alineados a uno y otro lado del camino. En el aparcamiento, al costado derecho de la casa, había ya estacionados media docena de coches de distintos modelos, casi todos ellos novedosas versiones de las marcas más habituales. Su viejo y maltrecho chamade encajaría bastante mal entre aquellos relucientes automóviles. Cuando estaba a punto de aparcar al lado de un deportivo de ultima generación, surgió, no supo de donde, un hombretón, que le indicó cual era su lugar en la hilera de coches. Seguidamente se ofreció para recoger su equipaje, una pequeña bolsa de viaje con las tres camisas nuevas que sus hijas le compraron en el ultimo momento, cuando ya tenia el equipaje hecho con sus camisas más estimadas, pero que ellas consideraron inapropiadas para el evento, menos mal que de los pantalones y el resto de sus prendas escogidas no tuvieron objeciones que poner. Completaban su exigua valija un traje nuevo, esta era una de las recomendaciones- imposiciones que la invitación llevaba aparejada, la otra iba embutida en su funda, que había recuperado del rincón del armario de los olvidos: su antigua y descuidada guitarra, con la que hacia una eternidad hubiese hecho sus pinitos artísticos. Al recuperarla tubo que sustituir todas sus cuerdas, pues unas no eran y las otras amenazaban romperse a la primera pulsación. El mayordomo, o lo que fuese que representara aquel amable, pero hierático personaje, que lo había recibido, lo condujo a su habitación, a la vez que lo fue instruyendo sobre el protocolo que regiría hasta la hora de la cena, momento en el cual conocería, o más bien reconocería, al resto de los invitados. Las instrucciones eran simples: hasta la hora indicada para la cena nadie debería abandonar su habitación, si algo necesitaba no tenia más que llamarle y el acudiría encantado a cumplimentar cualquier necesidad. En el porche de la casa solo había, sentado en un sillón de mimbre, un hombre de edad, distraído en la resolución de un solitario de cartas. Tan solo levanto un instante la mirada del tapete y en aquella mirada hubo un instante, como un rayo, de algo familiar que no supo descifrar. Quiso preguntar a su anfitrión por el vejete, pero entonces recordó la entrevista con el responsable de la "agencia recuperadora de personas", como se definía aquella sórdida oficina de la Rambla Antigua, atestada de macilentas carpetas en un caos de estanterías y papel. -Nada de preguntas yo solo soy un intermediario entre ustedes y quien me contrató para localizarles y transmitirles la invitación y sobre todo, una vez acepten participar en el encuentro, la regla es: nada de preguntas al personal de la casa, ellos nada saben ni de ustedes ni de su anfitrión. Así pues, pronto desecho la pregunta y se olvido del anciano.
La casa, de construcción típica de la zona; amplias solanas de madera trabajada, encaradas al sur, que descansan sobre robustos cortafuegos que conforman el soportal de la entrada, sólidos muros de piedra y amplios aleros en los tejados de rojas tejas, con la inclinación lógica de los lugares de abundantes lluvias. Una vez en el interior se intuía la enorme cocinona, donde antaño se desarrollaba toda la vida social de la casa al amor de la lumbre. Una escalerona de vieja pero cuidada madera llevaba al piso superior, donde fue alojado en una amplia habitación equipada a la antigua usanza de la zona: alta cama, arcón de madera labrada, palangana de porcelana sobre un mueble de madera con encimera de mármol y una jarra de cobre para el agua, que era tan solo decoración, pues a la derecha de la puerta de entrada había un pequeño pero completo baño. Sobre la mesita de noche un teléfono y una conexión a Internet parecían entrados con calzador en aquel lugar. Las contraventanas del gran ventanal estaban trancadas con un candado, -para evitar furtivas miradas al exterior y ver quien llega- le indico su cicerone al ver su mirada inquisitiva. -A partir de mañana retiraré el candado y podrá disfrutar de las magnificas vistas.-
Cuando se quedo solo comprobó que tenia cuatro horas hasta que se desvelase el misterio. Todas sus especulaciones serian desmentidas o confirmadas. Lo único que el "buscador de personas" le había revelado era que su anfitrión y sus compañeros, del largo puente de la constitución, fecha elegida para el encuentro, estaban relacionados con su época de estudiante en la Escuela de Formación Profesional, Miguel Pandero.
Comprobó que la habitación estaba equipada con un aparato de música en el que tan solo había un CD sin etiqueta. La curiosidad le picó y quiso comprobar que contenía. Al levantar el CD de la mesa apareció una simple nota que decía: Recuerdo perfectamente tus músicas predilectas de entonces, mientras llega el momento del reencuentro, relájate y escucha este "El Tiempo Vuela".
No especules, espera acontecimientos...



Fotografía: Casa rural "Posada Somavilla"

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Buenos días Fermín, mientras espero la fecha de mis siguientes vacaciones, vuelvo a mis costumbres, un café y la lectura de los blog que me gusta visitar...
Me has enganchado al relato... espero la siguiente parte...

El grupo Pekenikes fue telonero en el concierto de los Beatles en Madrid en el año 1965, lógicamente no estuve era una bebe... la referencia es para hacernos una idea del nivelon que tenían... de ellos es la canción "Palomitas de Maíz"...

Un abrazo

Jose Antonio dijo...

Los pekenikes, que grandes y que ritmo, yo los llevo en el coche y su música no ha perdido nada con el paso de los años.

Saludos.

Anónimo dijo...

Buena época aunque no es la mía, o sí. La verdad que soy un poco desenfrenado y me gusta otro tipo de musica con el mayor de los respetos hacia todos los gustos.
Saluditos, voy a ver si me estreno en el Proyecto. Aunque no me aclaro mucho con Blogger, siempre he utilizado Worpress.

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